Mr. Robot, revolución en el género de Hackers

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Bien, sinceramente debo empezar comentando que no suelo estar muy pendiente de las últimas series que aparecen por la televisión americana, pero siempre termina apareciendo algo que termina rompiendo la regla y en mi caso ha sido la serie Mr.Robot de USANetwork.

Su trama de Hackers junto con elementos de globalización, grandes corporaciones que lo controlan todo, movimientos «antisistema», etc. que la acompañan no podían dejarme indiferente así que inmediatamente atendí mi curiosidad.

Mr. Robot. De qué va la cosa.

Mr. Robot es una puesta al día de los clásicos argumentos de piratas informáticos, pero con un gran esfuerzo de ofrecer algo completamente distinto a las propuestas típicas de Hollywood, que utilizan esta temática para ofrecernos otra manida película de acción, tiros y explosiones. En su lugar prefiere beber directamente por todas las conspiraciones corruptas y globalizadoras que parece despertar a la gente junto con los movimientos que surgen a su vez por desestabilizar tan arraigado sistema.

De hecho la serie se sitúa en Nueva York como una realidad espejo, donde la corporación multinacional E Corp es un influyente conglomerado que controla y proporciona todo tipo de bienes y servicios a cambio de nuestro dinero. El dinero que nos condiciona a todos los habitantes de este planeta, que nos lleva tanto a la riqueza como a la miseria, que conduce y esclaviza nuestra conducta como si fuera el mismísimo demonio.

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De hecho para Elliot, un experto en seguridad informática, la «E» de E Corp se convierte en Evil Corp con un claro mensaje de que «El mal siempre gana». Aunque Elliot tiene claros problemas de sociabilidad no es el típico freak al uso, aquí folla y es adicto a sustancias como cualquier vecino. Trabaja en la empresa de seguridad Allsafe donde su mayor cliente es, miren por dónde, Evil Corp, el cual Elliot detesta principalmente por ciertos motivos cercanos.

Pero Elliot chocará irremediablemente con un Christian Slater metido un papel que en principio parece ser extraído precisamente de alguna película de acción al estilo hollywoodense. Un personaje tan obsesionado por llevar a cabo su misión que se convierte en un maníaco compulsivo. Es el mayor experto en encontrar las vulnerabilidades de las personas para manipularlas y que les acompañen a llevar a cabo sus intenciones.

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Christian Slater dándole la brasa a Elliot.

El personaje de Slater se convierte en la variable que obligará a Elliot no sólo se manejarse entre unos y ceros en el plano virtual. El componente binario por tanto también estará presente en la vida real, bailando constantemente entre el bien y el mal, y experimentando incluso el plano social que conlleva llevar cada uno. Elliot no tiene reparos en hacer uso de la ingenería social, por supuesto actualizado y ampliado al uso de la propia información disponible en las redes sociales. Hackeo de software y hackeo de personas. Mientras más información y rastro de nosotros mismos dejamos en la red, más puntos débiles tenemos expuestos para que puedan ser usados en nuestra contra. Elliot es consciente de éste punto débil y por eso es una herramienta tan válida para conseguir sus objetivos como introducir comandos a través de la terminal, espiando de la misma forma que podría hacerlo la NSA o incluso Mark Zuckerberg cotilleando como un voyeur por su propia red de Facebook en sus ratos libres.

Mr. Robot, serie dispuesta a revolucionar el género de Hackers.

De Mr. Robot no sólo me llamaba la temática tecno-thriller, sino también su peculiar estilo visual. Una ambientación hipnótica, fría y distante que se adapta a la particular perspectiva del protagonista, como si sobre él le hubiésemos colocado un filtro de color que nos hiciera ver todo mucho más claro, o bien como si lleváramos puestas las gafas que montaba Roddy Piper en la película Están Vivos, de John Carpenter.

Unos planos cuidadosamente estudiados, con personajes desubicados rompiendo los habituales planos genéricos de las series televisivas, y acompañado por una sorprendente banda sonora de Mac Quayle  con patrones electrónicos fríos, cortantes, que se ajustan a la perfección ayudando a complementar la creación de su particular atmósfera, pero que cambian de registro cuando la ocasión lo requiere, hay por ejemplo una escena concreta con un artificial «momento feliz» que es particularmente sublime.

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Personajes de ambos lados se entrecruzan en la trama. También merece la pena prestar atención a los detalles que muestran la perspectiva del protagonista.

La obsesión por cuidar el producto se nota hasta en detalles como elementos de los escenarios, como los mensajes de ciertos carteles publicitarios, la forma de insertar los créditos en el opening, hasta asegurarse que las pantallas de los ordenadores que aparecen tratan de ser completamente realistas, tanto en forma (nada de sobreponer imágenes en post-producción sobre los monitores) como en contenido, incluyendo que aparezcan comandos Linux reales cuando teclean. Con todo ello consiguen distanciarse por completo de artificiosas pantallas llenas de efectos visuales llamativos, propias de series de acción o policíacas como la chorrada esa de CSI:Cyber.

En Mr. Robot han sabido aprovechar magistralmente el tirón de los temas conspiranoicos actuales mezclado con ordenadores y tecnología, de disparar directamente a los que tienen en mente las consecuencias de una excesiva globalización, de las ansias de dinero, la mayor separación entre clases, el poder de unos muy pocos que se manejan desde las sombras y de a dónde puede acabar todo esto. Toma elementos de Hackers, crackers, cyber-seguridad, Anonymous reconvertido aquí como Fsociety, les añade «smart-bombs» de humor muy fino guiñando al posible perfil de espectador, como por ejemplo las pullitas a Microsoft y Apple, guiños a la subcultura de las videoconsolas y ordenadores de los 80 y 90, o las pequeñas parodias-homenajes recogiendo el testimonio del tratamiento que el cine de Hollywood ha brindado a éste tipo de temáticas, y nos devuelve un producto que podría convertirse en un ejemplo de referencia para el propio género.

Con hasta ahora una temporada de diez capítulos, ya sólo falta no echarlo a perder. De momento demuestra al menos que no es necesaria una invasión zombie ni incluir épicas batallas campales para realizar una buena serie. De paso también me hace recordar que algunos dirigentes deberían estar más pendientes de peligrosos acuerdos comerciales (TTIP) que de seguir el último capítulo de Juego de Tronos.

 

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